Francisco Méndez
Cuento
Agotado. Ejemplar único de consulta en Editorial Cultura.
Nació en El Quiché, en 1907. Dedicó la mayor parte de su vida al periodismo. Fue jefe de redacción del periódico El Imparcial. Fundador de la Asociación de Periodistas de Guatemala (APG). Entre otros, publicó los libros de poesía Los dedos en el barro (Ed. Mínima, 1935), Romances de tierra verde (con Antonio Morales Nadler, Tipografía América, 1938), Seis nocturnos (1951; Óscar de León Palacios 1988); y el libro de cuentos Cuentos (con Raúl Carillo Meza, Dirección General de Bellas Artes, 1957). Póstumamente se publicaron Poesía de Francisco Méndez (Ed. Universitaria, 1975) y Cuentos de Joyabaj (Dirección General de Bellas Artes, 1984; Ed. Cultura 1988 y 2007). En 2012, en el cincuentenario de su muerte, se publican las selecciones de su obra Papeles recobrados (Alfagura) y Átomos de luz y tierra: obra poética (1929-1962) (Tipografía Nacional).
—Enrique Rafael Hernández Herrera, en el primer estudio introductorio de la edición.
Casi nos atreveríamos a decir que lo singular y representativo del relato de Méndez reside —precisamente— en la cabal captación de un determinando ámbito, dentro del cual se incluyen sucesos y personas que no se explican sin los condicionamientos e influjos recíprocos entre ambiente y hombre.
[...] El habla de Méndez no escapa a la preocupación por el estilo embellecido, en donde la palabra luzca como vehículo inteligentemente empleado en la forma de imágenes, adjetivizaciones, metáforas, etc.
[...] Estamos, pues, ante uno de los narradores más importantes de Guatemala, y uno de los pioneros en la incorporación dentro de las tendencias renovadoras del relato contemporáneo. De la generación de 1930 cabe decir que encuentra en Samayoa Chinchilla, Méndez y Monteforte tres exponentes de primer orden en la narrativa hispanoamericana.
—Francisco Albizúrez Palma, en el segundo estudio introductorio de la edición.
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La obsidiana, el ocote y la jícara (fragmento)
Fue un hallazgo extraordinario el de aquella veta de obsidiana. Escarbábamos con un machete en el matorral, en busca de coyotillos – tubérculos de una yerba silvestre, parecidos en el sabor y en la presencia, a la almendra del coyol – cuando la punta del acero chocó contra una cosa durísima, que no sólo cedió sino melló el filo de la hoja.
Tebalán nos observaba. Luego vino a buscar con los dedos entre la tierra removida y a poco sacó un trozo de obsidiana del suelo. En cuanto le quitó el barro y lo limpió en el agua, pudimos ver que se trataba de un bello pedernal como de vidrio oscurísimo, poliédrico, con apagados reflejos de acero. Las manos de Tebalán siguieron extrayendo trozos de diversos tamaños y figuras, siempre en facetas lisas.
—Es el chay—abaj— nos informó pasado un momento—. Aquí taparon el camino pa´l Xibalbá, por eso hay chay—abaj; por eso es.
Nosotros ya conocíamos el pedernal, pero en fragmentos pequeños y no en tal cantidad. Las gentes, cuando se topaban en las goteras o en cualquier parte con una esquirla de obsidiana, decían que era “el chay” o la “piedra del rayo”. Se entendía que esos fragmentos eran los que se desprendían ardiendo del cielo cuando caía la centella; el lugar en que uno se topaba con la esquirla era, indudablemente, el tocado por el rayo al tocar el suelo.
—Son tus mentiras— increpamos a Xuan Ralios Tebalán, pues presentíamos que estaba tratando de engatusarnos—: esa piedra se llama chaye y es la piedra del rayo.
—¡Porque sos ladino, decís eso, patrón! El chay—abaj así llamado, es la piedra del rayo, eso lo miramos los naturales y lo miran los ladinos; pero sólo los naturales miramos que ´onde hay chay—abaj y ha caído el rayo, es que se tapó el camino pa´l Xibalbá. A los naturales, verdaderamente, nos da miedo cuando cae el rayo y se entierra el chay—abaj en la tierra y se tapa´l camino de Xibalbá; verdaderamente que nos da miedo, porque cuando se tapa´l camino a Xibalbá, quiere decir que los naturales están pecando, patrón.
—¡En pecado! ¿En pecado?
—¡Quién sabe, patrón! Cuando el natural le pega con el machete al natural y lo mata, entonces sí se muere el natural y es gran pecado; y al natural que le pegó con el machete al natural pa´matarlo y lo mata, se le cae la cabeza, se le pone grandota la cabeza, se le queda la cabeza hueca, patrón; la cabeza se le vuelve jícara. Las jícaras son cabezas de naturales que mataron a naturales, verdaderamente, que ansina es.
—¡Las jícaras son cabezas! –Y el horro subía como agua helada por nuestras espaldas.
—Cuando el Tata lo mira que el natural mató al natural, se pone bravo, agarra la raja de chaj –ocote— y prende el rayo allá arriba. El chaj se vuelve tizón cuando lo agarra el Tata, porque adentro del chaj´stá el fuego; entonces el Tata prende su cuete, prende su rayo allá arriba y lo tira, tira el chay—abaj prendiendo y se tapa´l camino del Xibalbá. Da miedo, verdaderamente, cuando la Tata tiene su chaj y lo tira pa´l suelo.
—¿Y por qué Dios sólo tiene una raja de ocote para encender el fuego? ¿No tiene candelas Dios? ¿Por qúe no tiene fósforos?— Sólo los ladinos miran que el Tata tiene candela y tiene fósforos. Patrón; nosotros los naturales miramos que el Tata tiene su chaj, su raja de ocote colorado, El chaj es el fuego, patrón.
—¡El ocote es el fuego! Puras mentiras tuyas, Xuan. Ni que no conociéramos el ocote; lo sacan del pino y en la casa tenemos muchas rajas. Hemos visto cuando la cocinera coge los fósforos para encender la rajita de ocote y con la rajita prende después la leña.
—Chaj es el fuego. Como sos ladino mirás que la cocinera prende el fósforo, pero no mirás que el palo del fósforo es rajita de ocote y por esto tiene el fuego adentro. Contimás que el chaj es colorado, porque tiene el fuego adentro. En la raja del chaj´stá dormidito el fuego, pero eso no lo miran los ladinos. Da miedo mirar el fuego dormidito entre la raja del ocote, verdaderamente.
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